TRABAJO DE
VALORES SEÑO BEGOÑA
(SEMANA DEL 20
AL 26 DE ABRIL)
¡¡HOLA A TODOS, ESPERO QUE ESTÉIS BIEN!!
¡¡HOLA A TODOS, ESPERO QUE ESTÉIS BIEN!!
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LEE EL SIGUIENTE TEXTO, REFLEXIONA Y CONTESTA A LAS PREGUNTAS. MANDA TUS RESPUESTAS AL CORREO: lamaestrabego@gmail.com antes del 26 de abril.
“El
secreto de Saúl”
Saúl era un niño que
vivía rodeado de comodidades y privilegios. Su padre era un experto cirujano y
su madre una escritora de éxito, así que la familia residía en una enorme casa
con jardín, piscina y un garaje en el que dormían dos coches de alta gama. A
sus once años no le faltaba de nada: vestía a la última moda, tenía un cuarto
privado repleto de juegos, y en la pared de su dormitorio colgaba una
televisión tan grande que más bien parecía una pantalla de cine.
A pesar de su gran
fortuna, Saúl se pasaba el día con el ceño fruncido y mostrando una actitud tan
apática que daba la sensación de estar enfadado con el mundo. Últimamente
no soportaba madrugar y odiaba tener que ir al colegio cinco días por semana,
sobre todo porque su profesor le parecía un señor insoportable y cada vez
hablaba menos con sus compañeros de aula. ¿Para qué fingir que sus temas
de conversación le parecían interesantes?… Por si esto fuera poco, ni una sola
asignatura atraía su atención. Malgastaba el tiempo mirando a las musarañas y
abriendo la boca para soltar ruidosos bostezos cada dos por tres.
Si hacía buen tiempo,
cuando a las tres terminaba la jornada escolar, Saúl cruzaba la calle cargado
con su mochila y caminaba un corto trecho hasta llegar al Parque de los
Almendros. Era su lugar favorito para desconectar de los problemas de
matemáticas y la larga lista de capitales de países que le obligaban a
memorizar. Una vez allí, solía sentarse en un banco de madera desde el
cual podía contemplar una panorámica preciosa de la arboleda y del lago con
forma de corazón donde siempre chapoteaban unas cuantas familias de patitos.
Sucedió que, una de esas
tardes, se acercó a su banco habitual, tomó asiento, y al mirar al frente
descubrió que a pocos metros habían colocado una estatua de mármol blanco. Le
llamó mucho la atención, pues representaba la figura de un niño de su edad,
descalzo y cubierto de harapos, que parecía mirarle fijamente.
– ¡Qué estatua tan deprimente! Podían haber puesto la figura de
un príncipe o una diosa romana en vez de la de un andrajoso mendigo.
Según pronunció estas palabras, escuchó una voz infantil.
– ¿De verdad crees que solo soy un trozo de piedra al que un
escultor ha dado forma?
Saúl dio un respingo y su corazón empezó a latir a toda
velocidad. Tras unos segundos de desconcierto, se abanicó con la palma de la mano
y trató de recomponerse. ¡El calor de esos primeros días de verano le estaba
haciendo delirar!
– ¡Qué susto! Por un momento pensé que la estatua me estaba
hablando. ¡Será mejor que me vaya!
Se estaba poniendo en pie cuando volvió a escuchar la misma voz.
– Sí, te hablaba a ti. ¡Aguarda, por favor!
Saúl miró de izquierda a derecha por si algún paseante
había oído lo mismo que él, pero sorprendentemente nadie parecía
percatarse de nada. Atemorizado, anduvo unos pasos y se situó junto a la
escultura anclada al pequeño pedestal. A simple vista calculó que el
chico de piedra tenía su misma edad y estatura, pero cuando lo miró con más
detenimiento se estremeció porque se parecía muchísimo a él: la misma forma
ovalada del rostro, los ojos rasgados, la nariz respingona heredada de su
abuelo… ¡Era una réplica casi perfecta de sí mismo!
– ¡¿Pero qué está pasando aquí?!
Se le ocurrió que quizá todo era parte de un programa de
televisión de esos que gastan bromas pesadas a la gente que va tan tranquila
por la calle, así que se fijó en los árboles cercanos por si entre las ramas
localizaba alguna cámara oculta. No vio nada extraño y se le erizó la piel. La
situación comenzaba a producirle pavor.
– No te preocupes, no estás loco. Por increíble que parezca, me
estoy comunicando contigo y solamente tú puedes escucharme. Tócame, que te
prometo que soy completamente inofensiva.
Saúl obedeció. Aparentemente la estatua era como otra
cualquiera: dura, fría e impasible, pero la escuchaba hablar como si
fuera un humano de carne y hueso. ¿Cómo era posible? ¿Utilizaba un sistema de
telepatía? ¿Alguien la dirigía desde una torre de control? ¡Estaba tan perplejo
que ya no era capaz de distinguir si las palabras le entraban por las orejas o
iban directamente a su cerebro!
– ¿Quién eres?… ¿Quién te ha fabricado y por qué te pareces a
mí?
– La historia es muy larga de contar, pero para resumir te diré
que soy el resultado de un impresionante experimento científico.
A Saúl empezaron a temblarle las piernas como flanes y se puso
tan nervioso que creyó que iba a desmayarse.
– ¿Un experimento? ¿Cómo esos que salen en las pelis de ciencia
ficción?
– ¡Exacto, has dado en el clavo!
Su cara se desencajó y notó que el sudor le caía a chorros
por el cuello.
– No tienes nada que temer; lo entenderás en cuanto te lo
explique.
– ¡Pues no sé a qué estás esperando!
– Un grupo de expertos lleva años trabajando en un importante
centro de investigación de esta ciudad con un objetivo: lograr que todos los
niños que viven aquí sean felices.
Saúl suspiró profundamente.
– ¡Ah, vale, eso no parece peligroso!
– No, no lo es, pero se requieren muchos años de trabajo para
desarrollar un proyecto tan complejo.
– ¡Ah! ¿Sí?
– ¡Ni te lo imaginas! Han colaborado decenas de especialistas y
se ha invertido muchísimo dinero en la tecnología más avanzada que existe. Por
suerte, todo ha salido a las mil maravillas y los resultados están siendo
inmejorables.
A Saúl la historia le sonaba a pura fantasía, pero estaba tan
intrigado que no podía dejar de escucharla.
– Lo primero que han tenido que hacer es instalar un sistema de
radares especiales en todos los barrios de la ciudad.
– ¿Radares?… ¿Para qué?
– Para detectar las emociones de las personas desde que nacen
hasta el día que comienzan su vida adulta, es decir, durante toda la infancia y
adolescencia. Si algún radar registra que algún niño o joven necesita ayuda, el
centro de investigación pone en marcha el Plan de Rescate Emocional.
– ¿El plan de rescate qué?
– De rescate emocional. No te preocupes, se trata de algo muy
sencillo: estudian el problema para saber por qué es infeliz, y el laboratorio
diseña un tratamiento a medida para acabar con su tristeza.
Saúl estaba completamente alucinado, como si estuviera dentro de
una película futurista o se hubiera adelantado quinientos años en el tiempo.
– ¿Y qué es lo que hacen exactamente? ¿Te pinchan con jeringas
gigantes? ¿Te meten en cabinas para recibir ondas de choque? ¿Te rodean la
cabeza con cables y te conectan a un generador eléctrico?
– ¡Ja, ja, ja! ¡Qué va! ¡Menudas ocurrencias tienes!
Los métodos para sanar emociones son muy variados y ninguno duele ni nada
parecido. En tu caso, han decidido fabricar una estatua con tus rasgos
utilizando una impresora 3D y un dispositivo de sonido de última generación.
O sea… ¡yo!
Saúl se sintió ofendido.
– ¿En mi caso? ¿Qué quieres decir con eso?
– Pues que he venido para ayudarte. ¡Me han diseñado
exclusivamente para ti!
– ¡¿Qué?!
– Lo que oyes. Estoy aquí para tener una charla contigo porque
soy tu medicina emocional.
El chaval se indignó, y con cierto desprecio, miró a la estatua
de arriba abajo.
– ¡Qué bobadas dices, yo no necesito ayuda! Además, tú no eres
mi otro yo. Vale, te pareces a mí físicamente, pero vas con ropa vieja,
no llevas zapatos…
La estatua puso en marcha el tratamiento especial, que como ya
habrás adivinado, consistía en hacerle pensar.
– Sí, tienes razón. Soy una versión un poco diferente de ti.
Digamos que represento lo que podrías haber sido tú si no hubieras nacido en
una familia rica y de buena posición. ¿Alguna vez has pensado cómo sería
vivir en un barrio pobre, en una casa sin agua ni calefacción? ¿Te imaginas tu
vida sin chocolate, sin tu reproductor de audio digital o sin esas zapatillas
tan modernas que calzas?
Saúl fue sincero.
– No, la verdad es que no.
– Pues muchos chicos de tu edad viven con muy poco, yo diría que
con casi nada, en muchísimos lugares del mundo. De hecho, no hace falta salir
de nuestra ciudad para encontrarlos.
El muchacho se encogió de hombros.
– Ya, pero yo no tengo la culpa de eso.
La estatua le dio la razón.
– ¡Desde luego que no! Nadie elige dónde nace y hay personas con
más suerte que otras desde la cuna, pero todos tenemos la capacidad de cambiar
ciertas cosas haciendo un pequeño esfuerzo.
– Ya, bueno, si tú lo dices…
– Nuestros radares han detectado que tú, teniéndolo todo,
padeces una gran insatisfacción.
Saúl sintió mucho agobio, pero el chico de piedra fue
contundente.
– Sé sincero contigo mismo: tienes tanto que te sientes abrumado
y no disfrutas de casi nada. Deberías ser muy feliz y, sin embargo, te pasas el
día refunfuñando y comportándote de manera inapropiada.
Por alguna razón, el niño tuvo ganas de desahogarse con ese
extraño compañero de conversación.
– Sí, últimamente todo me aburre y no me apetece hacer nada.
– ¡Bravo, reconocerlo ya es un paso! ¿Por qué crees que te
sucede algo así?
– No lo sé, de verdad que no lo sé.
– Estás afligido, desganado, y estar mal contigo mismo
también te aleja de la gente. Sé que ya no te queda más que un buen amigo.
Saúl estaba a punto de echarse a llorar.
– Sí, se llama Jorge, pero no le veo mucho últimamente. No me
extraña, a veces resulto insoportable.
– ¿Ves cómo van saliendo las cosas? Tú lo que necesitas es
recobrar la ilusión. Cierra los ojos y, durante unos segundos, piensa en algo
que te haría feliz.
El niño obedeció y se puso a reflexionar.
– Pues me conformaría con menos cosas materiales a cambio de
estar más con Jorge, como en los viejos tiempos.
La estatua verificó todos los datos recibidos, activó su
chip solucionador de problemas y, automáticamente, obtuvo una receta
personalizada para Saúl:
– Mi propuesta es la siguiente: ¿Por qué no sugieres a tu amigo
que te ayude a seleccionar todos esos juguetes que ya no usas? Seguro que la
mayoría están casi nuevos y otros niños los podrán aprovechar. Cuando
hayáis llenado unas cuantas bolsas, tus padres te recomendarán a dónde
llevarlos. ¡Esa experiencia hará que te sientas muchísimo mejor contigo
mismo y te enseñará a valorar lo que tienes!
– No es mala idea…
– ¡Misión cumplida! Hasta siempre, mi querido doble humano.
Y, de repente, sucedió algo asombroso: la estatua, que hasta ese
momento no se había movido porque lógicamente las estatuas nunca se mueven, le
guiñó un ojo y se esfumó. Despareció de su vista como si jamás
hubiera existido.
A Saúl casi se le corta la respiración. Allí estaba él, parado
en medio del parque, preguntándose si todo había sido un sueño, una
alucinación, o simplemente se estaba volviendo majareta. En cualquier caso,
tuvo la sensación de que en su interior algo había cambiado, como si se hubiera
encendido una lucecita al final de un oscuro túnel.
Se fue corriendo a casa, llamó por teléfono a su amigo Jorge y
le contó lo que tenía pensado hacer.
– ¿Te apetece ayudarme, amigo?
– ¡Cuenta conmigo, voy para allá!
Media hora después, los dos niños se pusieron a abrir armarios y
a seleccionar muñecos, juegos, puzles… Un montón de cosas más que
llevaban años olvidadas en los cajones. Lo metieron todo en bolsas y después
fueron al porche de la entrada. Saúl quería pedir consejo a su padre.
– Papá, quiero donar muchos de mis juguetes. ¿Podrías acercarnos
a algún lugar donde los necesiten de verdad?
El hombre, que estaba tumbado en una hamaca leyendo una novela,
respondió entusiasmado:
– ¡Claro que sí! Conozco el sitio perfecto.
Echó un vistazo a su reloj de muñeca.
– Si mis cálculos no fallan, ahora mismo está abierto. Creo que
nos dará tiempo. ¡Vamos!
Se dieron prisa en cargar el maletero del coche y acudieron a la
sede de una ONG que se dedicaba a recoger juguetes de segunda mano.
Germán, el director, les recibió con los brazos abiertos.
– ¡Gracias por vuestra visita! Es fantástico que vengáis a
conocer nuestras instalaciones y que tengáis tantas ganas de aportar vuestro
granito de arena.
Saúl estaba contentísimo.
– Mi amigo Jorge y yo hemos juntado más de treinta juguetes y
mogollón de libros, pero me gustaría saber cuál será su destino.
Germán, encantado, se lo aclaró:
– Una parte se repartirá por diferentes hospitales para que los
niños enfermos puedan entretenerse durante el tiempo que estén ingresados.
¡No os imagináis cuánto les beneficia y ayuda a superar los malos
momentos!
Saúl y Jorge aplaudieron entusiasmados.
– Y la otra se regalará a familias desfavorecidas que no tienen
suficiente dinero para comprar a sus hijos ni un simple muñeco de trapo. Para
muchos pequeños recibir uno de estos juguetes será uno de los días más
emocionantes de su vida, os lo aseguro.
Saúl tuvo que hacer un gran esfuerzo para no ponerse a llorar,
desbordado por la emoción.
– ¡Por favor, por favor, llévaselos cuanto antes!
Germán se rio.
– ¡No te preocupes! Mañana mismo una furgoneta de la
organización se encargará de que todos lleguen a su destino en perfectas
condiciones.
Saúl y Jorge se abrazaron. Acababan de hacer algo realmente
bonito por los demás y los dos sintieron que ese acto reforzaba su amistad.
– Gracias por tu ayuda, Jorge. Ha sido genial pasar el día
contigo organizando todo esto.
– ¡De nada, amigo! Si te parece, la semana que viene podrías
venir tú a mi casa y ayudarme a revisar mis cosas. ¡Seguro que conseguiremos
llenar algunas cajas más para traerle a Germán!
– ¡Por supuesto!
Completamente eufóricos se despidieron del director de la ONG,
salieron a la calle y subieron al automóvil aparcado en la puerta. ¡El
tiempo había pasado volando y ya casi era la hora de cenar! Padre e hijo
llevaron a Jorge a casa, y después reanudaron la marcha por las carreteras
medio vacías del centro. El niño, sentado en el asiento de atrás, estaba
radiante de felicidad.
– ¿Sabes una cosa, papá?
– Dime, hijo.
– Hoy me he dado cuenta de lo afortunado que soy. No tengo
derecho a estar todo el día quejándome por tonterías.
– Me alegra que digas eso, Saúl. Nunca es tarde para pararse a
valorar las cosas que de verdad merecen la pena, y lo bonito que es ser
solidario con los que menos tienen.
– Creo que de mayor quiero ser como Germán. ¡A partir de mañana
estudiaré mucho y algún día haré algo grande por los demás!
– Eso es fantástico, cariño. Aún eres pequeño, pero a lo largo
de los años irás descubriendo tu vocación; si al final te decides por una
profesión que sirva para mejorar el mundo, tu madre y yo nos sentiremos muy
orgullosos.
De camino al hogar pasaron por delante del Parque de los
Almendros. Saúl acercó su carita al cristal de la ventanilla y, a pesar de que
estaba anocheciendo, distinguió su banco favorito, la gran arboleda y el brillo
del lago al fondo. Sin retirar la mirada, preguntó a su padre:
– Papá, ¿piensas que hoy en día existen radares potentes que
controlan las mentes de los humanos?
– ¡¿Pero qué dices?! ¿Te encuentras bien?
– ¡Lo digo en serio! ¿Crees posible que los habitantes de
esta ciudad seamos parte de un gigantesco experimento científico?
El hombre se partió de risa.
– ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, hijo, qué cosas tan raras se te pasan por la
cabeza! ¡Creo que deberías ver más documentales de historia y menos cine
fantástico!
A Saúl se le escapó una sonrisilla y, en ese mismo instante,
decidió que guardaría su pequeño gran secreto el resto de su vida.
REFLEXIONA Y CONTESTA A LAS SIGUIENTES PREGUNTAS:
1-¿QUÉ VALOR O
VALORES SE TRABAJAN EN ESTE CUENTO? EXPLÍCALO.
2-¿CREEES QUE ES
IMPORTANTE LO QUE SAÚL HIZO? ¿POR QUÉ?
3-¿TÚ HARÍAS LO
MISMO? ¿POR QUÉ?
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